domingo, 14 de junio de 2020

Cuando la vida no es algodón de azúcar


Cuanto más lejos creo que estoy, menos me he movido.


Me encuentro enterrada en lo que pareciera una ilusión. Sin estabilidad, sin botón de pausa tampoco. Hay días que quisiera cerrar las persianas para nunca volver a abrirlas, pero me levanto y lo hago como un obediente robot, a la par de mis manecillas de espera. Te espero a ti. 

Clases de vuelo una vez por semana, y el resto a caer sin herirse, al menos no tanto, no tan profundo. 
Que siento que nadie me tiene en sus pensamientos y como que me congelo. ¡Caray! Estamos por entrar al verano y yo sigo queriendo el abrigo de quien no se va de tu lado.

Estoy inerte ahora que sueño; ni las pesadillas me hacen correr, ni las palmas bailar al compás.

No anhelo y no concibo los días sin la extrañeza de lo humano; tampoco estoy comiendo.

Quien busca entenderme normalmente termina perdido en su propio laberinto. Quien me hiere, perece afectado de la manera más bárbara: por sí mismo. Nada de esto me alegra, por supuesto.

Quieren que caiga. Las voces en mi cabeza quieren que incline la vista, a modo de reverencia de quien perdió la apuesta más grande de su vida. 
Pero no lo haré.

Me levantaré y abriré las pesadas persianas: ¿Ya te diste cuenta? Son mis pestañas.

Tomaré jugo de naranja a diario y cocinaré los recuerdos más notables: un rayo del atardecer, el viento fresco del mediodía, la sangre corriendo por mi nariz, mis torpezas, que me recuerdan que estoy más viva que aquel día que me perdí en tus sueños de poder y conquista.

Pasan las horas, el café se enfría. ¿Son rosas las nubes hoy? ¡Mira! Ya puedo pararme en mis propios pies, la práctica de vuelo finalmente está mostrando sus frutos. 

Pastel de zanahoria para mi, que no le temo a nada. Ya lo saben, que afligida sí estoy, pero siempre bien postrada en mis vías termoeléctricas de carrera rápida. 

Oye, no es tiempo de lágrimas, ya lo veo muy claro: estamos estrechando la mano, los labios no nos arden más, las risas nos siguen dejando sin aire. 

Parece triste, pero la lluvia es la que me da hoy la energía para salir victoriosa. Hay quien cree que actúo como niña sobre los charcos. A mí me gusta pensar que entre más genuino se es, menos profundo es el océano de cada arrepentimiento. 

Son los miedos los que nos tienen de la mano muchas veces, disfrutemos pues esos malos tragos.

Te lo repito, y lo seguiré haciendo: cuanto más lejos creo que estoy, menos me he movido.

Ven a buscarme.